Pinturas

​Los animales en mi pintura no son simples figuras, sino presencias que respiran emoción y memoria. En ellos deposito gestos humanos, sensibilidades que a veces el rostro no alcanza a expresar. 

Son portadores de ternura, de lo que el alma calla. Hablan desde un lenguaje que no necesita palabras, donde cada mirada es una confesión silenciosa.

A menudo están casi ocultos, como si se asomaran desde el límite entre lo visible y lo soñado. Esa sutileza es intencional: lo que no se revela del todo conserva su poder. Los ojos que emergen desde la sombra nos invitan a mirar de otra manera, a percibir lo invisible, a reconocer en ellos un reflejo de nuestra propia vulnerabilidad.

Pinto animales porque en su silencio encuentro una verdad esencial. Ellos son el puente entre lo humano y lo natural, la forma más pura de empatía, la voz del alma quizás ya cuando no se puede hablar con palabras.

Los búhos habitan mi obra como guardianes del misterio. Desde siempre me ha fascinado su presencia silenciosa, su capacidad de ver en la oscuridad y de mantenerse inmóviles ante el ruido del mundo.

En ellos encuentro una sabiduría antigua, una forma de conocimiento que no viene de los libros, sino de la observación paciente y del silencio interior.Sus ojos, tan intensos como el propio tiempo, parecen contener la memoria de lo invisible.

A través de su mirada me asomo a lo oculto, a lo que permanece más allá de las apariencias. El búho me recuerda que la intuición también es una forma de luz, que lo esencial no siempre sale a relucir.Por eso vuelven una y otra vez a mis lienzos. No como simples animales, sino como símbolos del alma que observa, del arte que busca lo profundo y lo eterno dentro de lo efímero.

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